El Diario de Ester: Una pedida deprisa, de amor y risa

¡Ya he vueltoooo! Hoy voy a contaros cómo fue mi pedida de mano: el momento más bonito, divertido y romántico que he tenido la suerte de vivir (¡de momento, claro!).
Era el final del verano de 2013. Mr. E y yo llevábamos un tiempecillo dándole vueltas a eso de que ya parecía que iba tocando asentarse y que quizá sería buena idea formalizar el asunto (claaaaro, claro, porque después de 7 años juntos la cosa aún era poco formal…). El caso es que decidimos que ya, si eso, para 2015 (ahí, posponiendo, como siempre…). Peeero hubo un sustillo con la salud de su papá y decidimos que sería mejor adelantar la boda al 2014.
Sin pedida oficial ni nada, empecé a buscar información de qué era eso de una boda y cómo se hacía. Me llevé la sorpresita de que para casarte en «temporada alta bodil» tienes que reservar con muuuucho más tiempo del que yo tenía (si querías un sitio de los más solicitados, claro), así que le comuniqué a mi churri que, o nos íbamos a Salamanca YA (somos de allí y nos casaremos allí, aunque vivimos fuera) a pasar un fin de semana intensivo de búsqueda del lugar perfecto, o tendríamos que hacer la boda en 2015, pero obligados. (A ver, no es que no quedase ni un día libre, pero queríamos que la boda fuese entre mayo y junio, ¡y ahí no creáis que hay tantos sábados!).
En resumen: teníamos una semana para preparar el viaje, contactar con los sitios para pedir cita y que nos los enseñaran y pensar cómo se lo íbamos a decir a las familias. Y un añadido más de presión: ¿¿cómo se lo íbamos a decir a las familias sin anillo?? Huuuuy, esto se estaba complicando mucho…
Mr. E se pasó toda la semana «haciendo gestiones», como él decía, preparando sólo Dios, Internet y él saben qué, y más tenso que las rodillas de Falete. Yo, mientras tanto, haciendo criba online de los lugares típicos de celebración de bodas en Salamanca (no queríamos hotel en la ciudad, sino algo con zona verde para poder hacerla en el exterior, si el tiempo lo permite, así que las posibilidades ya no son tantas) y pensando una forma especial de comunicarles la noticia a las familias.
Llega el jueves por la noche (nos íbamos el viernes) y yo había decidido una idea genial: ¡escribir «¡NOS CASAMOS!» en unos papelitos que fueran dentro de unas galletitas de la fortuna chinas! Encontré un tutorial para hacerlas y me pareció que sería súper original y divertido, así que compré todos los ingredientes y me puse a escribir y recortar los papelitos.
Mientras, Mr. E no paraba de correr de un lado para otro de la ciudad, cual conejo de Alicia, diciendo siempre «¡No me da tiempo, no me da tiempo!». A mí a esas alturas ya me daba igual llegar a Salamanca con anillo o sin él, sólo quería terminar las galletas y poder decírselo a todo el mundo, ¡qué emoción!
Casi a las 10 de la noche, Mr. E sale de casa con mucha prisa. Yo sigo haciendo papelitos. Me suena el móvil, novio histérico al habla:
– ¡Ester! Mierda, mierda… ¡Tienes que bajar a ayudarme! Al salir del garaje, como iba tan rápido, no me he fijado y he atropellado a un perro. He intentado cogerlo, pero se ha escapado cojeando y se ha escondido en unos arbustos y ahora no le veo. Necesito que bajes con la linterna, ¡¡rápido!!
Mi churri, que es muy listo, sabe que si me dice que ha atropellado a una persona le digo que llame a una ambulancia y yo sigo con mis manualidades, peeeeero dijo PERRO. Ahí me tenéis a mí, en chanclas, despeinada, con el corazón a mil, me pongo la chaqueta del pijama, cojo la linterna y las llaves, bajo a la calle a la velocidad del rayo y echo a correr que ya quisiera mi entrenador que llevase ese ritmo en el gimnasio. De camino al sitio donde me ha dicho que está, me encuentro a unos vecinos con los que siempre hablamos cuando sacamos a los perros. ¡A puntito estuve de decirles que vinieran a ayudarnos a sacar al pobre chucho herido de entre los arbustos! ¡Menos mal que me contuve, jajaja!
Sigo corriendo. No le veo. Le llamo: «Estoy en la parte de la playa». Sigo corriendo. Ya le veo (a Mr. E, al perro herido no), está en la orilla. Me acerco: «¡¡He conseguido que saliera de los arbustos, pero ha echado a correr y se ha metido en el mar!!».
Yo sé que a estas alturas ya es para pensar que soy retrasada, ¿en qué cabeza cabe que un perro asustado vaya a meterse en el mar por la noche?, ¡pero recordad, amigos, que en ese momento yo tenía toda la sangre en las piernas por tanta carrera y el riego no me llegaba al cerebro!
¿Habéis oído hablar de la sugestión? Si mi chico dice que hay un perro en el agua, ¡es que hay un perro en el agua! Miré hacia el mar, oscuuuuro como la boca del lobo, y mi miopía hizo el resto: «¡Ya lo veo, Mr. E, ahí está, voy a por él!». Empiezo a quitarme los pantalones para meterme en el agua (menos mal que la playa estaba desierta…) y ahí ya me frena y me dice: «¿Qué es eso que hay en la arena?». Miro y, a sus pies, había medio enterrada una botella preciosa que dentro llevaba un mensaje y pétalos blancos.
A ver, sí, podría haberle arreado un bofetón por el principio de infarto que me provocó con toda la historia del perro atropellado y por mi casi baño nocturno en el mar, ¡pero es que es muy difícil enfadarse cuando no puedes parar de llorar de la emoción! ¡Menudo cuajo! (De nuevo, menos mal que la playa estaba desierta…) ¡Y venga a llorar! ¡Y venga a reírme!
Me lleva un poco más atrás y tenía preparado un farolillo con una vela encendida, rodeado de pétalos, nuestra canción sonando… ¡Qué romántico! A la luz de la vela (y de su móvil) leo el mensaje de la botella (un poema precioso), ¡y más lágrimas! ¡Qué difícil es cerrar el grifo una vez que has empezado! Y ahí mi chico hizo lo que tenía que hacer: como un campeón hincó rodilla y sacó mi precioooooso anillo de pedida. Si os digo la verdad, ni me acuerdo de lo que me dijo, pero yo le dije: ¡¡¡¡SÍIIIIIIII!!!!
Besazo de película, abrazo interminable, más risas, más lágrimas de emoción y esa preciosa sensación de haber fabricado uno de los recuerdos más bonitos que tendré para el resto de mi vida. :)